miércoles, 17 de diciembre de 2008

Monumento a la imbecilidad y a las moscas

.
.
Yo era niña de moscas sin alas, disfrutaba observando sus movimientos, asegurándome de que nunca podrían ir más allá del recinto del parque, por mucho que se escapasen de su pequeña caja de cerillas.
Ahora ya sé que no podré reconstruir mi infancia, pues en los centros comerciales no venden moscas, no saben de medias rotas y uñas negras, de ranas abiertas en canal, de la inmensa felicidad de tener las rodillas en carne viva…Aquellas bellas moscas se ofertan ahora en las postales de Unicef, besando bocas hambrientas que surgen de cuatro huesos en tienda de campaña. ¡Qué poca consideración!
Mi campaña es diferente, más navideña, engullo sopa arrastrando grandes bolsas de basura entre la riada de color. Mi espíritu sonríe limpio, como el brillante metal de las cucharas.
Mañana puedo ir a cazar grillos con los niños, tienen menos connotaciones negativas, y además, ya no vuelan. No tendrán que arrancarle las alas. Los niños a veces son muy crueles. No pueden comprender que esas cosas no se hacen. Y menos en Navidad, donde todo cambia. Felicidades.
.
.
.

No hay comentarios: